Juan tenía solo tres años y ya sabía qué quería ser de mayor, bailaor de flamenco. No le gustaba jugar al fútbol ni ningún deporte, como a sus amiguitos de la clase.
Decidido a emprender la aventura de aprender a bailar flamenco, y con el apoyo de sus padres, Juan debe enfrentarse a las burlas de sus compañeros y compañeras, ha de romper con los estereotipos sexistas sobre el baile y vencer todos los obstáculos para alcanzar su sueño: ponerse las botas o los zapatos, los pantalones o el vestido de faralaes y el mantón… y bailar.
Permitir que los niños y las niñas expresen su creatividad libremente y sin prejuicios los vuelve más sensibles y felices, los familiariza con la diversidad y los capacita para transformar los valores de la sociedad.